Binaced, una montaña rusa de sensaciones primaverales
Por Pedro Solana

Una vez más, y van dos, María y Laura nos pusieron a prueba. Estas dos jóvenes guías de la Marcha Nórdica de Montañeros de Aragón de Barbastro deleitaron a la treintena de marchadores en la visita al monte de Binaced. De nuevo, un carrusel circular que copiaba el recorrido de una prueba de trail que se celebrará el domingo 16 y como es habitual en estas pruebas, había hasta cinco cotas de altura que más recuerdan una Marcha Quebrantahuesos con duros puertos que un tranquilo paseo aunque nunca dejó de ser eso, un tranquilo paseo. Antes de abandonar la ermita de Santa Ana todo el mundo se asomó a sus ventanas para admirar una construcción a la que hubo quienes compararon con el arte de Le Corbusier por su diseño futurista y vidrieras multicolor.
Apenas comenzada la jornada aparecieron los frutales de cuyas flores se habían caído tantos pétalos rosas que su desnudez nos hizo temer el fracaso de una cosecha condenada por una noche engelante.

Junto al cerro-comedero que visitan los milanos para ser alimentados, una nueva sorpresa: los restos de la calzada romana Ilerda-Osca acompañados de un pontón que aunque muy restaurado, daba testimonio de lo que sintieron esos romanos tan “locos” que además bautizaron estas tierras como Hispania, es decir “Tierra de conejos”, ya que entonces, como hoy, no paraban de corretear por todas partes. Aquellos farallones de los Monegros contemplados hace dos semanas nos rodeaban de nuevo y en lo alto del castillo de La Mora o de Carboneras veíamos paños de muro sillar que los árabes erigieron en fortaleza con murallas concéntricas superpuestas en terrazas allá por el siglo X y de la que solo quedan restos pero, ¿por qué se le llama también Carboneras?. Pues porque estas colinas desérticas antiguamente estaban pobladas de árboles que fueron talados y dispuestos en montículos de leña cubiertos con tierra a los que prender fuego y ser medio-quemados para convertirse en carbón vegetal, combustible de subsistencia en tiempos pasados.

Se me olvidaba decir que por tercera vez gozábamos de un islote de sol entre borrascas sin que el barro molestara demasiado, Al volver a ascender con fuerza aparecían inmensos sasos, mesetas pobladas con almendreras teñidas de un blanco inmaculado por flores y pétalos de plata tanto en ramas como en suelo; era como pasear sobre nieve pero envueltos en un tibio aroma dulce como la miel.
Asomarse al pantano de San Salvador fue asombrarse por un gran lago que además de bello, puso fin a disputas antiguas sobre cómo guardar agua para el riego.
El caminar, muy pausado y siempre a gusto de los marchadores era tan agradable como la cháchara de ida y vuelta con quien se pusiera a nuestro lado. Platicar animadamente o hacer fotos de grupo era lo más parecido a esa felicidad tan deseada al finalizar una semana que a veces se hace muy larga. ¿Es esa felicidad que se repite una y otra vez al coger los bastones y la mochila para echar a andar juntos?. Creo con firmeza que sí. Los días tan buenos y la compañía siempre tan buena son nuestro balón de oxígeno, son un salvavidas para vernos un poco mejor siempre en compañía, sociales y comunicativos.
En el último ascenso del cerro del pino pasábamos ya de los 11 kilómetros y de las cinco horas de marcha. ¡Qué cortos se habían hecho!

Ver el pino centenario que los binacetenses han protegido con cinchas de acero resultaba digno de elogio. De nuevo en las alturas admirábamos otra blancura pero entonces era la nieve de las cimas pirenaicas del horizonte.
Finalizando el día junto a los coches estirábamos músculos más que satisfechos.
Una bonita jornada de Marcha Nórdica no es cualquier cosa, es la más sana aspiración para una mañana de sábado.